viernes, 23 de marzo de 2012

El que madruga, come pechuga...


Por Manuel y Luz Urania Largaespada.
“El que madruga come pechuga… y el que tarda, come albarda”, dicta un refrán muy popular y atractivo de nuestra cultura nicaragüense. Y es muy atractivo porque todos queremos comer pechuga y ¡nadie quiere comer albarda!  Las diferentes culturas han resumido su experiencia financiera en pequeños refranes y cada uno de ellos tiene una pizca de consejo para ayudarnos a encontrar la paz financiera.


Hace unos días presentamos a un héroe de las finanzas en la reunión de Red de Parejas Pastorales de Estelí; Agur hijo de Jaqué, es un personaje desafiante que sacude los cimientos de nuestra filosofía financiera. En el capítulo 30 del libro de Proverbios, Agur nos revela algunos pasos concretos y prácticos para avanzar hacia la paz financiera, los que fueron presentados como “los dichos de Agur”.

Durante el taller uno de los pastores compartió su desastre financiero como consecuencia de su mal uso de las tarjetas de crédito, y su recuperación siguiendo el consejo de Dios. Luego, una de las pastoras compartió “En un momento difícil de nuestra economía, empecé a hacer helados y a venderlos para ayudar a mi esposo en el sostén del hogar, ahora nuestra iglesia ha crecido mucho, pero de vez en cuando esa experiencia me sirve para consolar y orientar a otras hermanas que están luchando por salir adelante”

Durante el resto del taller nos dedicamos a explorar los pasos o más bien las huellas que dejó Agur en su camino a la paz financiera. Este hombre empezó su camino, asumiendo su responsabilidad financiera  con humildad, “Cansado estoy, oh Dios; cansado estoy, oh Dios, y débil, Soy el más ignorante de todos los hombres; no hay en mí discernimiento humano” (Prov.30.1-2).

Agur no creía que se las sabía todas, ni salía por la calle tratando de ser el más astuto, reconocía sus limitaciones humanas.  Lo vemos abierto al aprendizaje, dispuesto al cambio, sediento del consejo divino.  A partir de aquí Agur nos comparte una serie de consejos que los pastores de Estelí han atesorado y decidido retener hasta que den fruto; son gente en transformación.

Para finalizar Agur nos desafía a considerar el cuadro completo de opciones y sus posibles consecuencias. Nos presenta tres caminos financieros: el camino de la pobreza o escasez, el camino de la riqueza o  abundancia y el camino de la suficiencia. Y todo esto lo encuadra en una plegaria: Sólo dos cosas te pido, Señor; no me las niegues antes de que muera: Aleja de mí la falsedad y la mentira; no me des pobreza ni riquezas sino sólo el pan de cada día. Porque teniendo mucho, podría desconocerte y decir: “¿Y quién es el Señor?” Y teniendo poco, podría llegar a robar y deshonrar así el nombre de mi Dios (Prov. 30:7-9)

Agur entendía que con las finanzas podemos honrar o blasfemar el nombre de nuestro Dios, porque en el manejo de las finanzas reflejamos si estamos sirviendo al Dios verdadero o a otros dioses.  Es evidente que Agur ya ha decidido a quien servir y honrar. El decidió ser feliz con el pan de cada día y disfrutar de la paz financiera que esto conlleva.

Agur nos invita a hacernos ciertas preguntas:
¿Qué refranes de nuestra cotidianidad estamos creyendo?
¿Cuál camino estamos comprometidos a transitar?

Qué bueno ha sido conocer a Agur y su estrategia para la paz financiera, y qué bueno ha sido contar con esta estrategia para cumplir con nuestra misión de bendecir a todas las familias de la tierra!

viernes, 9 de marzo de 2012

La Sociedad que no se disculpa


¿Cuándo fue la última vez que usted escuchó a alguien ofrecer una genuina disculpa? No hablo de un sarcástico “perdóname”, ni de una disculpa de mala gana sino de alguien que dice “En realidad lo siento. Admito mi culpa y asumo la responsabilidad de mis actos”. Pareciera que este tipo de sinceridad es cada vez más escasa en nuestra sociedad. Cada vez menos gente está dispuesta a rendir cuenta de su comportamiento.

Solo piense en esos casos que escuchamos a diario: Un político en un enredo amoroso, un atleta usando drogas para ganar una competencia, un policía abusando de su autoridad, o un amigo involucrado en un acto de traición. En todas estas situaciones es muy raro que alguien se disculpe y confiese de buena gana sus transgresiones. A menudo solamente se escucha una confesión cuando la evidencia en su contra es imposible de negar.

Una vez que admiten que han errado en sus caminos, a menudo acompañan su confesión con una enorme lista de explicaciones. Estas explicaciones son más bien cuentos, que con una serie de cantinfladas y giros del idioma, las personas persiguen minimizar sus actos y auto exonerarse de su mal proceder. De esta forma la disculpa se convierte en pretexto.

¿Por qué somos tan renuentes o incapaces de admitir cuando nos equivocamos? ¿Por qué sentimos la necesidad de alargar tanto las cosas para probar que nuestras faltas fueron solo malos entendidos? ¿Será porque vivimos en una sociedad individualista en la que la preservación de la autoimagen y los intereses personales están por encima de todo? ¿Se debe a la cultura de narcisismo en la que estamos tan enfocados en nosotros mismos que no podemos concebir que nos equivocamos? ¿Será que hemos caído en el cinismo y pensamos que al admitir la culpa seremos despreciados por los demás?

Desconozco las respuestas a estas preguntas. Lo que sí sé es que cuando las personas admiten sus errores y ofrecen una disculpa sin tantos rodeos, uno se siente más dispuesto a perdonarles y respetarles más que cuando ofrecen disculpas dudosas llenas de excusas y justificaciones.

Pero este no es siempre el caso. Hay montones de ejemplos de gente que ofreció pretextos en vez de disculpas y fueron recompensados. Esto asombra. Quizá la sociedad que no se disculpa no es meramente un resultado de nuestro individualismo y narcisismo. Es posible que nuestra disposición a aceptar las excusas y justificaciones de los demás sea producto de nuestra necesidad colectiva de mantener el orden social (de una inclinación a no querer alterar las cosas).

Como Goffman apunta en El Rito de la Interacción, la regla básica de la interacción social es que debemos ayudarnos unos a otros en todo momento. Si fallamos en esto, según Goffman, las “interacciones en la mayoría de sociedades y situaciones se convertiría en algo mucho más peligroso.” (Interaction Ritual. p. 105).

Comprendo a Goffman, pero todavía me deja un poco inquieto. Vivir en una sociedad donde la gente tapa los delitos de los demás parece una contradicción a los valores centrales como la honestidad, la justicia, la moral y la ética.

Así que, preguntémonos: ¿Queremos vivir en una sociedad que evade la responsabilidad, donde a menudo se niega y se ignoran los delitos? ¿O queremos vivir en una sociedad donde prontamente se admiten los errores y en la que se tiene la confianza de que seremos tratados con justicia, respeto y misericordia? La decisión es nuestra.

"Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados".
Santiago Apóstol.


Adaptado al español de