¿Cuándo fue la última vez que usted escuchó a
alguien ofrecer una genuina disculpa? No hablo de un sarcástico “perdóname”, ni
de una disculpa de mala gana sino de alguien que dice “En realidad lo siento.
Admito mi culpa y asumo la responsabilidad de mis actos”. Pareciera que este
tipo de sinceridad es cada vez más escasa en nuestra sociedad. Cada vez menos
gente está dispuesta a rendir cuenta de su comportamiento.
Solo piense en esos casos que escuchamos a
diario: Un político en un enredo amoroso, un atleta usando drogas para ganar
una competencia, un policía abusando de su autoridad, o un amigo involucrado en
un acto de traición. En todas estas situaciones es muy raro que alguien se
disculpe y confiese de buena gana sus transgresiones. A menudo solamente se
escucha una confesión cuando la evidencia en su contra es imposible de negar.
Una vez que admiten que han errado en sus
caminos, a menudo acompañan su confesión con una enorme lista de explicaciones.
Estas explicaciones son más bien cuentos, que con una serie de cantinfladas y
giros del idioma, las personas persiguen minimizar sus actos y auto exonerarse
de su mal proceder. De esta forma la disculpa se convierte en pretexto.
¿Por qué somos tan renuentes o incapaces de
admitir cuando nos equivocamos? ¿Por qué sentimos la necesidad de alargar tanto
las cosas para probar que nuestras faltas fueron solo malos entendidos? ¿Será
porque vivimos en una sociedad individualista en la que la preservación de la
autoimagen y los intereses personales están por encima de todo? ¿Se debe a la
cultura de narcisismo en la que estamos tan enfocados en nosotros mismos que no
podemos concebir que nos equivocamos? ¿Será que hemos caído en el cinismo y
pensamos que al admitir la culpa seremos despreciados por los demás?
Desconozco las respuestas a estas preguntas. Lo
que sí sé es que cuando las personas admiten sus errores y ofrecen una disculpa
sin tantos rodeos, uno se siente más dispuesto a perdonarles y respetarles más
que cuando ofrecen disculpas dudosas llenas de excusas y justificaciones.
Pero este no es siempre el caso. Hay montones
de ejemplos de gente que ofreció pretextos en vez de disculpas y fueron
recompensados. Esto asombra. Quizá la
sociedad que no se disculpa no es meramente un resultado de nuestro
individualismo y narcisismo. Es posible que nuestra disposición a aceptar las
excusas y justificaciones de los demás sea producto de nuestra necesidad
colectiva de mantener el orden social (de una inclinación a no querer alterar
las cosas).
Como Goffman apunta en El Rito de la Interacción, la regla básica de la interacción social
es que debemos ayudarnos unos a otros en todo momento. Si fallamos en esto,
según Goffman, las “interacciones en la mayoría de sociedades y situaciones se
convertiría en algo mucho más peligroso.” (Interaction Ritual. p. 105).
Comprendo a Goffman, pero todavía me deja un
poco inquieto. Vivir en una sociedad donde la gente tapa los delitos de los
demás parece una contradicción a los valores centrales como la honestidad, la
justicia, la moral y la ética.
Así que, preguntémonos: ¿Queremos vivir en una
sociedad que evade la responsabilidad, donde a menudo se niega y se ignoran los
delitos? ¿O queremos vivir en una sociedad donde prontamente se admiten los
errores y en la que se tiene la confianza de que seremos tratados con justicia,
respeto y misericordia? La decisión es nuestra.
"Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados".
Santiago Apóstol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario